¿Alegría o Tristeza?
Si preguntamos a nuestro alrededor, ¿Qué escoges la tristeza o la alegría? podemos esperar que una gran mayoría responda al instante que prefiere la alegría, ¿verdad?
¿Qué nos lleva a responder de manera inmediata “la alegría por supuesto”? Podemos reconocer en esta emoción algunas particularidades que la hacen muy atractiva:
Su carácter expansivo. Cuando nos sentimos alegres, tenemos sensaciones de plenitud, parece que todo se abre, todo brilla y luce con más intensidad.
Su conexión con la celebración. Cuando consigo algo que anhelaba, cuando disfruto de algo que deseaba, cuando estoy con alguien que quiero, cuando como algo que me gusta,…. Miles de situaciones que conectan con lo alcanzado, con la fiesta de lo realizado, lo conseguido.
Su expresión corporal también hace que la alegría sea preferida. La sonrisa, la risa, la fluidez del cuerpo, la vitalidad de nuestros movimientos cuando sentimos alegría, nos llevan a querer permanecer en ella todo el tiempo que sea posible.
Y es que la alegría desde el punto de vista bio-químico es hablar de endorfina, esa hormona (proteína) que nuestro cuerpo es capaz de producir. Y generar todas esas sensaciones que acabamos de describir. Y que agrupamos en la emoción de la Alegria.
Y es la glándula pituitaria, la hipófisis, en la base de nuestro cerebro, la encargada de generar endorfinas. Que pueden generarse de forma natural, sin necesidad de usar fármacos o sustancias externas al cuerpo. El ejercicio físico, la visualización, la respiración, o ciertas posturas y movimientos primordiales son algunas maneras concretas de generar la reacción necesaria en nuestra hipófisis para producir endorfinas y sentir alegría.
Pero, si nuestro cuerpo es capaz de provocarnos la emoción de la alegría, ¿será también capaz de provocarnos tristeza?
Pues parece que sí. Nuestro cuerpo sintetiza cortisol, y se predispone hacia el estrés, la inquietud, la ansiedad. Y cuando emerge la tristeza suelen aparecer también el cansancio físico, que nos lleva a renunciar a actividades y no tener ganas de nada. La necesidad de recogernos, de replegarnos. Y brotan el llanto y las lágrimas.
Entonces, si aceptamos que generalmente preferimos la alegría a la tristeza, y acordamos también que nuestro cuerpo es sabio, ¿qué necesidad hay de sentir algo que nos desagrada como la tristeza? ¿para qué existe esta posibilidad? Es decir, la pregunta que nos planteamos es ¿qué utilidad puede tener sentirse triste?
A priori, ninguna, podríamos decir. Y sin embargo, si observamos detenidamente alguna situación en la que nos hemos sentido tristes, y hemos llorado, podemos reconocer una liberación. El llanto es una forma de soltar. Es un reconocimiento de la pérdida que se ha producido y que nos duele. Es también una forma de solicitar ayuda, y por tanto conecta con la empatía y la compasión.
Y seguramente ahora reconocemos momentos en los que haber reconocido y expresado “estoy triste” nos ha servido; para despedirnos de quien se marchó, para aceptar que ya no tengo aquello que se perdió; para recuperar una comunicación sincera con un ser querido. Y por tanto, saber convivir con la tristeza nos abre la puerta a la aceptación y nos permite transitar hacia la ternura y la serenidad.
Quizás ahora, ante la pregunta ¿Tristeza o Alegría? sigamos eligiendo la alegría, pero ahora con la consciencia de que no conviene negar la tristeza, sino más bien aprender a vivirla, expresarla y manejarla. Igual que el resto de emociones básicas. Porque el riesgo de permanecer tristes es caer en la depresión. Como el exceso de alegría puede provocar euforias poco saludables igualmente.
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